¿Es posible que con el curso tan duro que estamos teniendo aún me apetezca ser profesora? ¿Sería adecuado, en este contexto, decir que me considero una privilegiada? ¿Cómo es posible que aún me apetezca preparar actividades cuando la mitad de mi horario es de afines?¿Es verdad que los profesores somos unos seres peculiares, casi alienígenas que nos empeñamos en tareas imposibles como abrir ventanas a una realidad que suele estar ausente de la televisión, de los video-juegos, del universo por el que transitan nuestros alumnos? ¿Será porque recordamos a ese profesor o profesora que nos ilusionó con sus explicaciones? ¿o será que creemos fervientemente que aprender, cualquier asignatura, nos ayuda a crecer como personas y situarnos ante el mundo con otra visión que si no se aprende?
En fin, si alguien tiene respuestas, agradecería algo de orientación.
Mª Jesús F.
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