miércoles, 26 de octubre de 2011

YO, PROFESOR, TÚ, MAESTRO.

YO, PROFESOR, TÚ, MAESTRO

 


Enamorado de mi profesora de Griego en el Instituto, quien, a decir verdad, nunca me enseñó gran cosa ("nada de nada" muy a mi pesar) sentí por primera vez amor a las palabras, a su significado de raíz, a su etimología.

Me emocioné, cuando por primera vez, relacioné la palabra griega ei1rh'nh (eirene) "la paz", con el nombre propio derivado en español: "Irene". Buscar en tan alado significado, de rama de olivo y blanco, me inundó de lleno en el fondo marino del significado verdadero, en los duros corales del significado eterno, la llanura lenta y perenne de los relojes parados que marcan la hermosa quietud de lo auténtico e inalterable.       

¿Por qué la "estrella" es  "estrella" y no "llaestra", "trellaes" o "llaustra", ¿por qué?, y por qué "mayo" y "enero", "mentecato" e "imbécil", "Leticia" y "Araceli", "candileja" y "melifluo"?

            ¿Quién y por qué le puso nombre a las cosas?. ¡ah! y por qué "por qué".

            Pues es así porque del Latín "ara caeli", se elevó en nuestra lengua un "altar en el cielo"  que es "Araceli"; porque "enero" en Latín es "Iannuarius", "el mes de Jano", dios bifronte, quien con una cara mira al año viejo y con la otra al nuevo, por eso es el mes primero; porque en Latín "mel" y "fluo" significan que "fluye como la miel"; porque "Leticia" es "laetitia", "alegría" y porque el "imbécil" es un "in baculus", un "sin bastón", es decir, un "desequilibrado"....<<¿Y por qué yo soy "maestro" y tú eres "profesor", si los dos hacemos el mismo trabajo?>>.       

            Era una mañana más, plomiza y cenicienta, de aquel largo invierno que se pegaba a los cristales sucios de la siempre animada sala de profesores apestados (ya sabéis, una separata de "nicotinómanos alquitranados". Cariacontecido por su complejo de "maestro de escuela", me había escupido la pregunta como una cuchilla de afeitar esputada al aire, interrumpiendo así, flemático y aburrido, mi granuja disertación semántica.

            <<Si una de las dos palabras es bonita –le arrojé-, ésa es "maestro", del Latín "magister", antónimo de "minister", "el servidor", por tanto "magíster" es "quien actúa por encima de", "quien es más". Esto es lo que te cuentan todos los manuales de etimologías, pues se olvidan de que la terminación latina –ter es un sufijo agente, es decir, que indica que "alguien hace algo". El "magister", por tanto, es "quien te hace a ti más", el que te hace crecer, tanto cultural como personalmente, quien te hace mayor en todos los sentidos">>.

            Ese placer, de sabor intenso, es privilegio de los felizmente autodenominados "maestros de niños" (antes de la verecundia clasista, ¡claro está!). Imposible para mí es olvidar a mi maestro Don Adolfo, quien sin el "don" sería un adolfo  anónimo, y  sus tirones de patillas hasta encumbrarme en las comisuras de mis playeras marca "La Tórtola". Maestra mía fue Doña Ana Mari, a quien no consigo tutear, pese a mis torpes esfuerzos, tras quince años regalando latines. A vosotros, Juli y Tito, "los progres", quienes a nuestros tiernos doce años de esponja vital, nos enseñasteis a bailar "agarraos" en las dulces horas de tutorías, que de "tuntorías" tenían nada. Y así hasta un buen manojo de maestros buenos, imborrables recuerdos de niñez y adolescencia, entre los que crecí, mientras me hacían grande en el camino que lleva hacia el amor a la palabra.

            Por cierto, todo esto de lo cuenta un "profesor" de Latín, de "pro" y "femí," "quien habla delante de un público". Y si no me entiendes ve y cómprate un bastón, ¡maestro!.

 

 

   

 Por tierras de Jaén. Primavera de 2002 

JUAN VALDÓ MAURICIO

 

 

 

 

 

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